sábado, 31 de agosto de 2013

La gran familia de los campus baskonistas

Reproduzimos o artigo da revista Caracter Baskonia, onde Ricardo Silva é entrevistado.

Cada año el Campus Internacional y el Campus de Verano de
la Fundación 5+11 llenan de baloncesto la ciudad. Más de 650 niños y
jóvenes se divierten y aprenden con su deporte favorito, y, esto es posible,
gracias a los 68 monitores y técnicos que se encargan de que todo funcione.




Son las tres de la tarde y un animado bullicio
escapa de la puerta de carga de la torre
número 4 en el Buesa Arena. Un vistazo
deja ver a una veintena de jóvenes disfrutando
en torno a varias mesas de ping
pong y futbolín. Unos metros más allá, sobre
la pista del Buesa, otro grupo de jóvenes
charla animadamente. Algunos otros
descansan tumbados sobre un improvisado
colchón que han apañado juntando
varias publicidades estáticas de goma.
Estamos en el Campus Internacional
de Baloncesto de la Fundación
5+11, que este año ha celebrado su quinta
edición. En este momento, los más de
200 chavales de 14 países diferentes
que participan en la primera semana del
Campus se encuentran aprovechando el
tiempo libre antes de los entrenamientos
y partidos de la tarde. En este momento
nos encontramos también con Jon García,
Igor Recio y Ricardo Silva, coordinadores
y entrenador de la cita baloncestística,
y tres de las 38 personas que se
encargan de que el Campus Internacional
sea un éxito cada verano.

De 60 a 400 participantes

“Para Igor y para mí, el día comienza a
las siete de la mañana, cuando reunimos
el pedido de comida para el desayuno”,
explican Jon. “Después controlamos que
todo vaya bien. A las nueve vamos enviando
los autobuses con los jugadores a
las diferentes instalaciones, y a las diez
venimos al Buesa para controlar lo que
hay que llevar a los centros cívicos y para
atender las cosas que van saliendo”, continúa
explicando Igor. “Sí, hoy por ejemplo
nos ha tocado ir a comprar termómetros
porque hay un chaval con un poco de
fiebre”, retoma Jon.
Tanto Jon como Igor entraron a colaborar
en el Campus hace cuatro años. En este
tiempo han sido monitores, entrenadores
y ahora se encargan de coordinar que
todo marche como un reloj. Junto a ellos
se encuentra Ricardo, entrenador portugués
que conoce el Campus desde su
primer año. “Conocí a David (Gil, director
del Campus) hace unos cuantos años en
un campus en Ribadeo. Después mantuvimos
el contacto y, cuando me habló
de esta oportunidad, me encantó venir”,
explica. En su caso, el trabajo se centra
en el baloncesto. Por las mañanas, entrenamientos
de técnica individual y, por las
tardes, trabajo en equipo y partidos.
Como veteranos en el Campus, los tres
destacan que la cita ha crecido mucho en
las cinco ediciones celebradas. “El primer
año había 60 niños y los entrenadores teníamos
que hacer de todo”, recuerda Ricardo
con una sonrisa. “Ahora participan
en torno a 400 chavales en los dos turnos,
los entrenamientos son muy buenos, venimos
al Buesa Arena y se hacen muchas
actividades. La progresión ha sido fantástica”,
remata Igor. Los tres reconocen que,
por ejemplo, lo de entrenar en el pabellón
baskonista encanta a los participantes.
“Aquí están los más pequeños y, para
ellos, es muy bonito entrenar en un recinto
en el que caben 15.000 aficionados”,
apunta Igor.

Más basket en el Campus de Verano

Mientras Ricardo, Jon e Igor se encargan
de que todo vaya bien en el Campus Internacional,
otros 30 compañeros de la
Fundación 5+11 hacen lo propio en los
cuatro centros cívicos en los que se desarrolla
el Campus de Verano. Dorleta De
la Presa es una de las monitoras que se
encarga de guiar a los más de 250 niños,
de entre 5 y 13 años, que han participado
este año. En su caso, lleva un grupo de
entre 10 y 12 años en el centro cívico de
San Andrés. “Por las mañanas hacemos
juegos relacionados con el baloncesto, a
mediodía vamos a las piscinas de Gamarra
y las tardes las dedicamos a actividades
y talleres”, explica la monitora.
El bullicio que se escucha durante los
entrenamientos en la cancha de San Andrés
explica sonoramente la diferencia
entre el Campus de Verano y el Internacional.
“Aquí son más pequeños y vienen
sobre todo a divertirse. Les gusta jugar a
baloncesto, pero también se lo pasan muy
bien en la piscina”, explica Dorleta. Además,
con tan pocos años es normal que
los monitores se encuentren con algunos
“piezas” en cada grupo.
En el Campus Internacional, el ambiente
también es de diversión, pero con
el añadido de una concentración total en
los ejercicios. “Un chico que viene de Madrid
nos comentó el otro día que le gusta
el de Vitoria por la carga de baloncesto
que tiene. El nuestro es un campus divertido,
pero también cañero”, apunta Igor.
“Y se nota que a los chavales les gusta
porque muchos repiten. Durante el año
nos comunicamos con muchos de ellos
por Twitter y Facebook y están deseando
que llegue el verano para venir aquí”,
continúa explicando Jon. “Está por ejemplo
el caso de Óscar, un chico que ha venido
los cinco años y que está triste porque
va a cumplir 18 y el año que viene ya
no podrá repetir”, concluye Igor.

Diversión y tristeza en el adiós
Y, además de baloncesto, los participantes
tienen la oportunidad de hacer amigos
entre gente de otras comunidades
autónomas y de otros países. Este año
el Campus Internacional ha contado con
14 nacionalidades. “Es muy interesante
esa mezcla de países. Me acuerdo de
haber entrenado a jugadores de Dubai,
Canadá, Marruecos, Francia, Italia,
Georgia, China…”, enumera Ricardo,
que, en su condición de portugués, también
aporta el toque internacional, en su
caso, entre los entrenadores. “Es muy bonito
porque, además, los chavales enseguida
se hacen amigos y se interesan por
los países de cada uno”, explica Jon.
El Campus supone dos intensas
semanas de baloncesto, 24 horas al
día, que deja recuerdos muy bonitos. “El
último día las despedidas son muy emotivas.
Se hacen muchas amistades, también
hay amoríos y en la fiesta del sábado
siempre se ven parejitas. Son días muy
especiales”, explica sonriente Igor.
Son días muy especiales para los chavales
y también para los entrenadores y
monitores. “Cuando termina, siempre
digo que pararía una semana para descansar
y luego volvería otra vez al Campus”,
asiente Jon. “Sí, porque la semana
de después se hace un poco dura; es de
melancolía porque echas de menos a la
gente y cada dos por tres estás pensando:
‘Pues ahora estaríamos con esta actividad,
ahora entrenando’. Durante dos semanas
es como si dejarás tu vida normal
a un lado”, reconoce Igor. “Todos somos
amigos y, sí, cuando acaba, te quedas
un poco vacío. Para mí, venir al Campus
cada verano, es como estar con mi familia
de Vitoria”, concluye Ricardo.

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